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Arte en tiempos de encierro

Actualizado: 5 abr 2021

Desde los mundos claustrofóbicos de Hopper a los lunares infinitos que todavía pinta Yayoi Kusama en un hospital siquiátrico... Son relatos que hablan de cómo el aislamiento puede cambiar el rumbo creativo de las cosas. Entrevistados como Milan Ivelic, la galerista Patricia Ready y el curador de la Fundación Beyeler en Suiza Ulf Küster, nos cuentan por qué.

Por Alfredo López J



Este año fue clave en el calendario de las artes visuales a nivel mundial. Por primera vez una muestra de Edward Hopper se inauguraba fuera de Estados Unidos con un cantidad única de cuadros del artista: un total de 65 obras producidas entre 1909 a1965 por el taciturno y callado artista que refrescó para siempre la mirada sobre el paisaje, dotándolo de una nueva melancolía a la hora de retratar la ciudad: un espacio que el hombre lentamente comenzaba a sentir como una nueva casa después de los avances de la era industrial.

La muestra organizada por la fundación Beyeler en Basilea, Suiza, aún tiene colgadas las telas del artista en sus muros. En el enorme edificio contemporáneo, creado por el arquitecto Renzo Piano, no hay guías ni visitantes frente a la alarma desatada por el Covid-19 en un país que suma 9 mil casos registrados y más de ochenta muertos. Sólo un milagro podría permitir que el museo abra sus puertas antes del 17 de mayo, la fecha de cierre anunciada de la exposición. Un momento que parece inalcanzable para los seguidores de un creador que hoy, a más de cincuenta años de su muerte, muestra su talento otra vez con esa misma energía de encierro y claustrofobia. Un hombre tímido que estudió pintura por correspondencia y que, frente a los movimientos como el cubismo y el surrealismo, mostraba una total indiferencia. Reacio a hablar en público, sencillamente decía que “todo estaba en sus cuadros”, pese a que la prensa especializada de la época se empeñaba en saber más sobre una personalidad que, como ningún otro pintor, establecía los nuevos cánones de lo que después se llamó el Realismo Americano. Su gran fuerza lumínica, con personajes que pierden la mirada en el horizonte, tuvo un laboratorio exacto de trabajo: una casa de verano en Massachussetts, donde Hopper se refugiaba en el silencio absoluto para hacer que sus héroes anónimos pudieran gritar su soledad.







Esas sombras son fundacionales en la historia de la estética: sus observaciones sobre la correspondencia entre cuerpo, emoción y espacio son las que más tarde pasan a ser parte del imaginario popular del cine y la fotografía. El mismo Alfred Hitchcock lo tomó como un referente en sus películas para mostrar porciones de realidad que parecen limitadas, pero que en el subconsciente se vuelven infinitas.

Esa contraparte invisible y subjetiva que aparece en el espectador es lo que recientemente llevó al cineasta alemán Win Wenders a estrenar, en el marco de la misma muestra de Hopper en Basilea, un cortometraje en 3D para mostrar la deuda que tiene el cine respecto a la obra del pintor estadounidense. Titulado «Dos o tres cosas que sé sobre Edward Hopper», el registro tuvo el apoyo del Museo Whitney, el principal depositario mundial de su obra.





VÉRTIGO Y REFUGIO

Ulf Küster, curador de la gran retrospectiva, dice desde Suiza: “El misterio de Hopper es que es un narrador de historias sin contar historias realmente. Los ajustes parecen ser familiares, pero parecen tener algún tipo de giro: ¿Por qué las bombas de gasolina son más grandes que la estación de servicio, por ejemplo? Es como si él hiciera preguntas y deja las respuestas para el espectador. Lo que uno está viendo es tan importante como lo que no se ve, es como un meta nivel de gran misterio”, dice.

Ese confinamiento a voluntad es el que, según Milan Ivelic, ex director del Museo de Bellas Artes, también toca a Pablo Picasso y muy específicamente a su obra

«Guernica», un cuadro por encargo de los republicanos para mostrar ante la Feria de París los horrores de la Guerra Civil en España mediante una tela enorme de más de siete metros de largo. El artista malagueño aceptó la tarea como un pobre refugiado que no tenía más que un viejo taller de París, un espacio en la rue des Grands Augustins que le consiguió una de sus amantes por poco dinero. “Ese es un momento clave en que el confinamiento no paraliza el cerebro, sino que lo lleva a un acto superior de creación. Cuando Picasso llega de Madrid a Francia es un extranjero, que apenas domina el idioma. Aún así es un período muy productivo, con las famosas etapas Azul y Rosa. Son momentos de búsqueda expresiva, muy en concordancia con los artistas callejeros y vagabundos que había en París, una ciudad que además vivía su propio vértigo porque estaba invadida por las fuerzas de Hitler. Sin duda, es un caso paradigmático que sirve para entender que hay futuro posible, por ejemplo, en medio de esta crisis viral que atraviesa el planeta”.



CON O SIN VOLUNTAD

Lejos de la desesperación, el caso de Miguel de Cervantes hace más de cuatro siglos es inaudito a la hora de establecer la altura de «Don Quijote de la Mancha» en la historia de la literatura. Una obra escrita en la cárcel bajo acusación de deudas impagas y que, desde una celda, funda la novela moderna para tomar drástica distancia de los textos de caballeros tan propios de la Edad Media. Todo a través de una renovada fórmula de realismo que suma parodia, humor y critica social. La cárcel también fue el duro escenario en que el escritor y dramaturgo Oscar Wilde, en plena era victoriana, escribió su doloroso de «De Profundis»: una extensa carta dirigida a su ex pareja Lord Alfred Douglas, un joven aristócrata que fue la ruina del escritor luego de que las cortes estimaran como legítimas las acusaciones de sodomía en su contra. La epístola, más que un ajuste de cuentas romántico, significó para Wilde un camino para acercarse a Dios y a la naturaleza humana, un pesado eslabón en su vida que le quitó la angustia y le devolvió el alma.

En Chile, la obra de Guillermo Núñez, Premio Nacional de Arte 2007, dio un vuelco profundo cuando el artista fue detenido por el gobierno militar de Augusto Pinochet luego de haber alojado en su casa a un dirigente del MIR. “Siempre con los ojos vendados sólo se le permitía mirar por media hora cada día. Esas imágenes de cautiverio se transformaron en caligrafías del alma repletas de sensaciones sintomáticas de dolor. Lo interesante es cómo de una experiencia traumática, Núñez logra después un discurso político”, explica Alonso Yáñez, programador del Centro Cultural de Valparaíso ex Cárcel, quien además conecta ese testimonio con el de la japonesa Yayoi Kusama. “Otro gran ejemplo de confinamiento en la historia del arte, pero esta vez desde la autoimposición”. Una mujer que arrancó del machismo de su país para entregarse por completo a la obsesión que le provocaban los lunares como elementos de suspensión en distintas superficies. Una tarea que nunca detuvo su marcha y que ahora mantiene a raya desde el hospital psiquiátrico en el que se internó por voluntad propia, un lugar que le permite además seguir “contactándose” con sus antiguas pesadillas.





Ulf Küster, curador de la Fundación Beyeler, Alonso Yáñez del Centro Cultural de Valparaíso, Milán Ivelic y la galerista Patricia Ready.



LOS RELIEVES DEL INTERIOR

Para Patricia Ready esa reflexión está muy presente en el arte contemporáneo, donde los artistas han sido capaces de encontrar relieves secretos por medio del confinamiento. “El trabajo del artista chileno Patrick Steeger tiene esa reflexión porque invita al espectador a recorrer el interior de los materiales y lleva la mirada, por ejemplo, a los contornos ocultos de la madera para luego hacer un salto a su espíritu nómade. La escultora Marcela Correa hace un orden de piedras como pircas en la obra «Habitaré mi nombre» que está en la frontera de Colchane, una forma de dejar huella en la soledad. En una línea similar, la artista Isidora Correa investiga en los pliegues interiores de los objetos cotidianos. No hay duda que el aislamiento es un tema en constante discusión porque además trae al presente la tradicional idea de la soledad del taller”, sostiene la galerista.

En la era de Internet, no hay receso en el arte y la cultura. “Mientras el presente continuo e interconectado siga funcionando, la esfera no se detiene. La presencia física y el encuentro son fácilmente sustituibles en las plataformas sociales por el avatar o el evento on line”, establece el artista visual y curador Raúl Miranda, quien ha trabajado por años en torno al ‘narcisismo digital’ que impera como una catastrófico decorado de estos tiempos. Para él, el encierro al que nos enfrentamos como sociedad actualmente no se desdice de la metáfora de la peste que envió al confinamiento a artistas malditos como el mismo Wilde, o el francés Jean Genet: “un hombre que pasó gran parte de su juventud preso por distintos delitos y quien escribió muchas obras sobre su experiencia criminal. Aquí me gustaría destacar su único filme «Un chant d'amour», donde presenta a dos reclusos que se comunican a pesar de las paredes que los encierran”. Una película de 26 minutos rodada en 1950 y que, en su clímax, muestra cómo dos hombres logran compartir el humo de un cigarrillo a través de un diminuto orificio en los gruesos muros de la cárcel. Polémica en su momento, tuvo que esperar 25 años para ser estrenada. Para Raúl Miranda esa pieza cinematográfica es la confirmación de algo superior, “donde vida y arte son una sola cosa”, un ejemplo que desbarata la idea de que el arte desaparece en medio del vértigo del aislamiento. Al igual como Edward Hopper describía sus cuadros melancólicos e intranquilos, “es en el vacío donde aparece la creación, porque siempre nos toca por donde más vulnerables somos”.

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